A veces me pasa que en medio del afán, entre tareas, celular, llamadas y reuniones, abro una bolsa de algo rápido, lo mastico casi sin saborearlo, y me digo: “No importa, es solo una vez”. Pero ¿y si esa frase, dicha miles de veces por millones de personas, es justo lo que nos está enfermando?
Hace poco leí un artículo que me dejó inquieto. La FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU.) eliminará ciertos colorantes sintéticos de alimentos procesados. Esos colorantes que durante décadas le han puesto "alegría" artificial a cereales, dulces, jugos, salsas y productos que todos —sí, incluso yo— hemos comido más de una vez.
Y la pregunta que me vino fue directa y cruda: ¿por qué tuvieron que pasar décadas para que lo que sabíamos que hacía daño por fin se prohibiera? ¿Por qué tuvimos que esperar a que más niños desarrollaran hiperactividad, alergias o intolerancias, y a que más estudios confirmaran lo que la intuición de muchas abuelas ya decía?
Cuando era niño, me encantaban los cereales de colores. No voy a fingir que no. Pero también recuerdo cómo me daban dolor de estómago después. En mi casa no se hablaba de “colorantes artificiales” porque éramos como muchas familias en Colombia: hacíamos lo mejor que podíamos con lo que había. No todo lo que comíamos era saludable, pero sí hecho con amor. Sin embargo, el amor no neutraliza los químicos. Y la industria lo sabe.
Estamos en un momento histórico donde lo que comemos ya no solo nos alimenta o nos engorda: nos impacta a nivel mental, emocional y social. No es exageración. Lo muestran investigaciones, lo cuentan médicos y lo sentimos en el cuerpo. Pero seguimos diciendo que “no importa”. Seguimos creyendo que lo que entra por la boca no afecta lo que sale de nuestra mente, de nuestras decisiones, de nuestra energía.
En “Bienvenido a mi blog”, he leído muchas veces reflexiones que invitan a despertar, a abrir los ojos. Y hoy quiero sumar mi propia voz a esa conversación. Porque comer es también un acto político, espiritual y cultural. No es solo llenar el estómago. Es elegir qué clase de cuerpo, de conciencia y de mundo estamos construyendo.
La eliminación de estos colorantes no es un regalo de la industria. Es una reacción a la presión de personas, familias, médicos y colectivos que llevan años denunciando cómo nos están envenenando con permisos legales. Y aunque celebro el avance, me queda el sinsabor de todo lo que se permitió antes. De todo lo que se sigue permitiendo en países como el nuestro, donde aún no hay leyes firmes ni suficientes controles.
¿Sabías que en Colombia muchos productos con colorantes sintéticos que ya están prohibidos en Europa o en EE. UU. siguen circulando libremente? Y que la mayoría de personas no lee las etiquetas, o si las lee, no entiende lo que dicen. ¿Cómo vamos a defendernos si no sabemos qué buscar?
Este blog no pretende darte una lista de ingredientes que evitar. Hay muchas guías en internet que ya lo hacen. Lo que quiero es que empecemos a hacernos preguntas. Preguntas reales, humanas. Como por ejemplo:
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¿Por qué mi cuerpo se inflama cada vez que como ciertos productos?
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¿Por qué tantos niños tienen hoy ansiedad, alergias o déficit de atención?
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¿Por qué la comida que más se promociona es la que menos nutre?
No todo está perdido. De hecho, hay una ola de conciencia que se está moviendo. Hay más emprendimientos de alimentos reales, más mamás cocinando en casa con ingredientes naturales, más jóvenes como yo que están diciendo: “Ey, esto sí importa”. Y también hay más voces como las de Mensajes Sabatinos que nos recuerdan que la vida no es para tragar sin pensar, sino para saborear con gratitud y presencia.
Yo no soy perfecto. Todavía caigo en antojos, todavía como cosas que no son las más saludables. Pero ya no me miento. Ya no me digo “no importa”. Porque sí importa. Porque mi cuerpo importa. Porque el cuerpo de quienes amo importa. Porque la tierra de donde viene esa comida importa.
Y aquí es donde entra otro tema que me toca: la espiritualidad del alimento. En el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, he leído muchas veces sobre cómo lo divino se manifiesta en lo cotidiano. Comer también es una forma de conexión. Agradecer por los alimentos, elegirlos con conciencia, compartirlos en comunidad. Todo eso también es espiritualidad.
No se trata de volvernos radicales, ni de vivir con culpa. Se trata de volver a mirar lo que ponemos sobre la mesa con otros ojos. Con respeto. Con amor. Con información.
Y sobre todo, con la firmeza de no seguir creyendo que “es solo un colorante”. Porque si lo es, ¿por qué lo están prohibiendo ahora?
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