martes, 1 de julio de 2025

Un cráneo, un lagarto, una serpiente… y un ser humano buscando sentido


A veces lo más pequeño, lo que casi pasa desapercibido, puede ser el origen de algo mucho más grande de lo que imaginamos. Un fósil de apenas dos centímetros puede cambiar lo que creíamos saber sobre los reptiles y, de paso, hacernos preguntas que van mucho más allá de los huesos petrificados. Eso me pasó al leer el artículo sobre el descubrimiento de un fósil de lagarto de más de 231 millones de años que podría reescribir la historia de los lagartos y las serpientes tal como la conocemos. Pero lo que más me impactó no fue el dato en sí, sino lo que me despertó por dentro: la sensación de que seguimos buscando pistas de nuestro origen, no solo como especies… sino como almas.

Desde niño he sentido una fascinación rara por los fósiles. No por la parte técnica —aunque eso también me encanta—, sino por la dimensión simbólica. Pensar que un hueso puede atravesar millones de años y llegar hasta nuestras manos me parece un acto casi milagroso. Es como si el tiempo mismo nos hablara a través de lo que ha logrado preservar. Como si la Tierra nos contara secretos, esperando que sepamos escucharlos.

Este nuevo fósil encontrado en Brasil y bautizado como Taytalura alcoberi, tiene una particularidad que lo hace único: su cráneo conserva detalles que se creían perdidos en el linaje evolutivo. Y eso ha hecho que los científicos empiecen a replantear todo lo que pensaban sobre cómo se originaron y diversificaron los lagartos y las serpientes. A mí, eso me pone a pensar en cuántas otras verdades que creemos sólidas pueden venirse abajo con una nueva evidencia, una nueva mirada, una nueva conciencia.

¿Y si lo mismo pasa con nosotros? ¿Cuántas ideas hemos fossilizado sobre quiénes somos? ¿Cuántas versiones de nuestra historia personal damos por ciertas solo porque “siempre han sido así”? Tal vez también necesitamos encontrar nuestros propios fósiles internos, esas partes olvidadas de nosotros que podrían revelarnos una verdad más profunda, más auténtica.

Me he dado cuenta de que muchas veces caminamos por la vida como si ya supiéramos todo. Como si no quedara nada por descubrir. Pero basta con un hallazgo como este para recordarnos que el mundo sigue sorprendiéndonos. Que la ciencia no está peleada con la espiritualidad, sino que pueden convivir y complementarse. Porque entender de dónde venimos —como especies y como personas— no solo es un acto de conocimiento, sino de humildad. Y esa humildad es la que nos permite evolucionar de verdad.

En mi blog personal El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, muchas veces escribo sobre la necesidad de integrar el conocimiento técnico con la experiencia humana. Y este tema me parece una excusa perfecta para hacerlo. Porque si bien el fósil habla de reptiles, el mensaje es para nosotros. Nos invita a mirar hacia atrás, sí, pero no para quedarnos en la nostalgia del pasado, sino para entender lo que aún podemos construir en el presente. Con más conciencia. Con más sentido. Con más verdad.

Me gusta pensar que en cada uno de nosotros hay partes que aún no han sido descubiertas. Hay talentos que no han sido activados, heridas que no han sido sanadas, preguntas que aún no han sido formuladas. Y así como los paleontólogos excavan capas de tierra buscando respuestas, nosotros también podemos hacer nuestro propio trabajo interior: escarbar en nuestras memorias, en nuestros vínculos, en nuestras historias familiares. Y sí, también en nuestra espiritualidad.

El fósil de Taytalura me recordó algo que escribí en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías: “Dios no está solo en lo grandioso, está también en lo diminuto que contiene siglos de sabiduría”. Y tal vez por eso me conmueve tanto pensar que un pequeño cráneo de hace millones de años puede ser la clave para entender una parte olvidada de nuestra historia. Porque me habla del poder que tienen las cosas pequeñas cuando se miran con amor y atención.

Hoy, como joven, como ser humano, como parte de una generación que busca sentido en medio de tanta información, creo que necesitamos recuperar esa mirada de asombro. Esa capacidad de dejarnos maravillar por lo que parece insignificante. Porque solo así podremos hacer una pausa entre tanta rapidez y preguntarnos: ¿hacia dónde vamos? ¿Quiénes somos más allá del nombre, el número de seguidores o el título profesional?

Tal vez no se trata solo de entender el origen de las serpientes o los lagartos, sino de abrirnos a entendernos a nosotros mismos. Como si también fuéramos parte de una evolución que no ha terminado. Como si estuviéramos hechos de materia antigua, sí, pero también de preguntas nuevas.

Y por eso, si este blog despertó en ti alguna curiosidad, alguna duda o simplemente una necesidad de conversar, quiero que sepas que no estás solo. Yo también estoy en esa búsqueda. También tengo mis días de confusión y mis momentos de claridad. También me hago preguntas que a veces no tienen respuesta. Pero estoy aquí. Escribiendo, compartiendo, tratando de vivir con más verdad, como lo decía mi abuelo en uno de sus Mensajes Sabatinos: “Quien busca el origen, se acerca al propósito”.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”